Desde que en noviembre de 2011 el Partido Popular ganara las elecciones en España, la política en materia religiosa puede resumirse en cuatro palabras: no han hecho nada.
Era un asunto no difícil de adivinar. Si se comparaban los programas electorales de los dos partidos mayoritarios se concluía con facilidad que esto iba a ser así.
El PSOE propugnaba seguir dándole caña al tema de la laicidad (a su laicidad, que no a la expresada por el Tribunal Constitucional), junto con un cierto toque de exotismo con aquello de la reforma de la Ley Hipotecaria; siempre un poquito de anticatolicismo gusta a los sectores de trinchera-guerra-civilista. El asunto (lo del anticatolicismo, quiero decir) parece que sigue ad nauseam, según se puede deducir de la ponencia política del 24 Congreso de las Juventudes Socialistas, página 13 y siguientes: uno no sabe si está leyendo la ponencia política de las Juventudes Socialistas o una chuleta mal hecha para el examen de Derecho Eclesiástico del Estado con el Prof. Dionisio Llamazares Fernández.
Por lo demás, los años del Gobierno del PSOE fueron interesantes, desde el punto de vista estratégico. Por un lado, unas relaciones cordiales en las altas esferas vaticanas, en un cuadro de personajes representado por María Teresa Fernández de la Vega y Francisco Vázquez (por parte del Gobierno español) y Tarcisio Bertone y el español Antonio Cañizares (por parte de la Santa Sede). Por otro lado, un enfrentamiento lleno de adjetivos, casposidades, rotundas negativas a imposiciones inquisitoriales, y un largo etcétera, entre los representantes del Gobierno del PSOE y la Conferencia Episcopal española, haciendo blanco (o negro) de las acusaciones en Rouco Varela, exponente máximo del tardofranquismo y de la tendencia regresivista (por ejemplo) que, desde Juan Pablo II, parece que viene imponiéndose sobre el "espíritu" del Concilio Vaticano II. A mí esto del "espíritu" del Concilio, me recuerda, mutatis mutandis al debate jurídico sobre el "espíritu" de las constituciones, aquello de la living Constitution, que permite sin reparos afirmar que donde la Constitución dice A, en el fondo quiere decir B, porque los tiempos han cambiado, debe interpretarse en el contexto social en el que vivimos, etc., etc., lo que equivale a decir que la Constitución, en el fondo, no dice nada, que quien lo dice es quien tiene el poder para nombrar a la mayoría de los Magistrados del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo. Pero esto lo dejo para otro día (quiero decir lo del espíritu de las Constituciones y el espíritu del Concilio Vaticano II). En fin: cordialidad en las altas esferas y patadas en la espinilla en el corral. Divide et vinces?
El programa del Partido Popular, por su parte, no decía nada sobre la política en materia religiosa. O, más bien, casi nada. Porque la referencia a la religión era muy colateral, una coletilla (que nunca debe faltar en el lenguaje jurídico-político) sobre que no debe permitirse discriminación por motivos étnicos, religiosos, etc., etc. Vamos, que nadie se tomó la molestia y que como buenos conservadores, pues a conservar lo que hay y que vete tú a saber, ya veremos cuando sea menester, no mentes la bicha que aquí lo importante es lo importante...
Pues va pasando el tiempo y... Nada. En el Ministerio de Justicia hay abundantes patatas calientes como para preocuparse (¡encima!) de la religión. Is religion a luxury we cannot longer afford? (parafraseando un poquito a A. Scalia).
En una época de crisis, nihil innovetur. Vamos, me parece que siguen las mismas personas (tanto en el Ministerio de Justicia como en la Fundación Pluralismo y Convivencia) y quizá los mismos planteamientos. Planteamientos que, en resumidas cuentas, podrían ser los siguientes (valga esta reducción para un post en un blog): i) la sociedad española ha pasado por cambios profundos (i.e. acontecimientos históricos planetarios, pero en materia de ideas y creencias); ii) estos cambios se reflejan con claridad (¡!) en el hecho de que las encuestas del CIS muestran que en número de católicos se reducen en décimas porcentuales desde hace algún tiempo (espero dedicar un post a la reducción de esas décimas porcentuales, a ver si me da la vida); iii) España ha dejado de ser católica (eso ya lo dijo Azaña, y por medio pasó lo que pasó, en fin, cosas de la historia que encima vuelven como nuestros peores fantasmas del pasado); iv) promocionemos en la medida de nuestras posibilidades a las minorías religiosas (mejor, habría que decir, de creencias, lo cual me sigue pareciendo ya pasado de moda a la luz de las reflexiones que empiezan a hacerse en otros países sobre la súperdiversidad) como punta de lanza para ver si nos terminamos creyendo iii) (que España ya, sí, ha dejado de ser católica).
Los planteamientos anteriores son fruto de aproximaciones sociológicas y jurídicas bien determinadas, extendidas en sectores concretos y en cierto modo ideológicamente marcadas --y tal vez incluso superadas-- fuera de nuestras fronteras. Pero ahí están.
¿Y qué pasará? Sinceramente, no lo sé, De las noticias me entero dos días después de que ocurran, no tengo buena antena para las novedades (aunque he mejorado un poquito con Twitter). Pero lo cierto es que la gestión de la política religiosa es una barca manejada por timoneles que no son los que parecen, que técnicamente han conseguido hasta el momento salvar honrosamente los muebles en medio de la crisis económica (véase el Observatorio sobre el Pluralismo Religioso en España; por cierto, no entiendo los observatorios dirigidos por los primeros que tendrían que ser atentamente observados: el Gobierno y la Administración pública; ¿quién observa al que observa? and so on and so forth) y que no se lamentarían si a Rouco Varela se lo llevaran al Vaticano (ascendatur ut removeatur, aunque en este caso sería más bien "a ver si lo jubilan ya de una vez"), prohibieran los funerales de Estado, suprimieran la casilla del IRPF, la enseñanza de religión en las escuelas de titularidad estatal y dejaran florecer la EpC.
Dicho lo cual, me voy a sumergir en el trabajo de investigación con motivo del puente de mayo en Madrid, dejando como (casi) siempre un poco de música: Love Letter to Japan, de "The Bird and the Bee" una especie de extraña mezcla de Vainica Doble y Bananarama en pleno centrifugado de mi lavadora.
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