Visto desde fuera, visto con los ojos del alumno de primer curso, la Complutense sigue siendo la institución solemne, antigua, simbólica. La Universidad de los grandes nombres, la casa de Ortega, García Morente, Federico de Castro o Eduardo García de Enterría. De la Complutense hablaban los padres, los abuelos, los libros... De aquella Universidad de San Bernardo, de la Universidad Central...
De puertas adentro (quizá sea la edad, lo reconozco), el espejismo y la ilusión han desaparecido. La idea romántica de la Universidad Complutense deja paso a despachos congelados, presupuestos fantasma, restricción en el uso de material de todo tipo, pasillos vacíos, estructuras que se caen... A las guerras intestinas, a los rencores disimulados, a los odios africanos, a la burocracia galopante, a las injusticias cometidas bajo el corporativismo invisible, a la pésima aplicación del Proceso de Bolonia, se suman el envejecimiento de los docentes, la inexistencia de relevo generacional, la imposibilidad de generar nada parecido a lo que llamábamos "crear escuela", eso que hicieron conmigo, que hicieron con nosotros. La Complutense se muere en todos los sentidos, se ahoga entre los papeles, las reuniones, las comisiones, los comités, las votaciones para delegados de alumnos, cada año de nuevo, cada año la misma historia que impone el democratismo en la gestión, las mismas ausencias...
La Complutense se muere en cada esquina, aquí y allá, en cada papelera, en cada bache de esa Avenida-Complutense-frontera-imaginaria entre las Ciencias y las Letras, en cada nube, en cada cartel, en cada pintada que pide una revolución pretérita, en cada día que el Campus Virtual deja de funcionar, en cada tweet de un estudiante desilusionado y protestón. La Complutense se muere bajo el gélido frío de la irracionalidad que vino desde Somosaguas al grito de Podemos. La Complutense se muere en los sótanos inconfesables de la Facultad de Medicina. El Alma Mater Cumplutense mira con ojos de muerte a los hijos que nunca llegarán...
Todo eso, un lunes día 9 de febrero.
Y vuelvo a entrar en el aula, nuevo semestre, nuevo curso. Vuelvo a subir a la tarima. Vuelvo a mirar esos rostros desconcertados, tan distintos, tan únicos: cada uno, cada una, una historia irrepetible. Vuelvo otra vez al sublime acto de enseñar, a la gratuidad de compartir, a la magia de pensar por libre, minuto a minuto, paso a paso.
La Universidad no es lo que dicen las leyes, ni los políticos, ni el mercado de trabajo, ni las asociaciones-marioneta. La Universidad somos nosotros: tú y yo. Y estamos aquí. Hemos venido a compartir. El mundo vuelve a comenzar hoy.
Versiones: Eaux de Mars (Stacey Kent) y Water of March (Basia).
Rafa: magis magisque in dies! FOV.
ResponderEliminarTres cosas hay en la vida: salud, amor y latín... Un abrazo, Fernando
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