Esta semana el Boletín Oficial del Estado publica la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. Se trata de una ley de plazos, acompañada de un conjunto importante de medidas para hacer efectivo, sobre todo en las nuevas generaciones, un modo de entender la sexualidad y la vida que obedece a parámetros que calificaría de "cultura de la muerte", de cosificación del sexo y de degradación de la persona. Un gran día, dijeron los medios de comunicación, el de la aprobación de la Ley. Yo me quedé hecho una mierda porque pienso que antes de llegar a un aborto hay que hacer cualquier cosa, hay que cambiar el mundo, hay que dar la vida por la vida que se pierde. Y no he dado la vida, ése es el jodido problema. Y no he conseguido cambiar el mundo, "ni el negrillo de la uña" que diría algún clásico. He superado la mitad de lo que probablemente sea mi vida en esta tierra y no dejo un mundo mejor.
Esta mañana, mientras corría mis kilómetros por parques de Moratalaz y Vicálvaro, tomé la determinación de inaugurar una cola de gilipollas (a lo mejor no hay ninguno y me quedo solo en la cola) que no hicimos todo lo que pudimos para lograr que esto no sucediera.
Y por ponerle música a la situación, dos posibilidades: The Doors o Diana Krall. Ahora escucho a Kula Shaker, aunque me imagino que a Kula Shaker no le debe hacer ni pizca de gracia que yo escuche su música.
Yo me sumo a la cola, Rafa.
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